Es para alucinar la de pamplinas que se venden en las tiendas de bebés. Familiares, amigos y otros entes: ¿cómo deciros que no me compréis gilipolleces sin que parezca que os estoy haciendo un desprecio? Pero, vamos a ver, ¿para qué quiero yo el soporte de biberón de la manzanilla con forma de oso de peluche? Y ¿queréis dejar ya de regalarme chupetes? Tengo 12 y no he comprado ninguno de ellos. No he decidido aún si Feti usará chupete. No quiero saber qué tipo de adelantos existe en torno a los chupetes que se caen al suelo y no se ensucian. Ni creo que a Feti tenga por qué gustarle la manzanilla.
Hoy he contado el número de pijamas que me habéis regalado: 18. No digo yo que mi hija no vaya a necesitar pijamas de quita-y-pon, pues a buen seguro será de vomitar y regurgitar y todo eso. Pero, ¿necesita un recién nacido tantos pijamas, o se nos está yendo un poco la olla a todos? Puede parecer que mi actitud de contención ante las compras es, sencillamente, por no comprar, o por no gastar, pero no es así: ¡será por gastar! De gastar, nos vamos a hinchar todos los que vamos a tener un hijo. Pero, ¿podríamos gastar en cosas “de las de verdad”, como pañales, o papillas, en lugar de en las pollinadas que rellenan el 90% de las tiendas especializadas de bebés?
Juegan con nuestra ilusión, y juegan con nuestro instinto de proveer a nuestros hijos de “todo lo mejor”. Pero, ¿qué es lo mejor? ¿Qué es lo realmente necesario?
Nos venden como compra imprescindible una bolsa especial que parece ser que hay que llevar al hospital, y yo me pregunto: ¿no da lo mismo si cojo la mochila de la playa? Ya, ya sé que no da lo mismo, porque en llevarme la mochila de la playa no invertiría una media de 80 euros para llevar cuatro tonterías.
Hoy parece que todos necesitamos un mueble cambiador. Pero yo he tenido hermanos pequeños a los que cambié los pañales cientos de veces y nunca se me hubiera podido ocurrir que necesitara un mueble para ello. Entonces se ponía una toalla encima de la cama o del sofá y se cambiaba al niño, y nadie soñaba con la invención de dicho trasto.
¿Cómo puede ser que hoy nadie pueda vivir sin un intercomunicador? ¡¡Pero si lo normal es vivir en un piso de 80 metros cuadrados!! ¿Quién no es capaz de oír a su hijo llorar por mucho que se encuentre en la habitación contigua? Trastos de mil tipos, artilugios y chuminadas, peleles y bodies por docenas y quincenas… ahora compramos, y ahora nos compráis, pero mañana mismo, en cuanto esa ropa llamada “de primera postura” se haya quedado pequeña con la etiqueta puesta y tengamos una bolsa de 80 euros con la que ya hemos hecho un poco el payaso en el hospital, ya nos daremos cuenta de que para vivir en un piso de 80 metros cuadrados y ser mileuristas, a lo mejor nos hemos pasado un poco.
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